Foto por Max Ostrozhinskiy de Unsplash
«El excepcionalismo personal es el sentimiento de que no somos como otras personas. Por alguna razón, alguien piensa que él o ella es superior o mejor que los demás; y que está aparte y más allá. La persona excepcional tiene más que una gran visión de sí misma, ¡tiene una visión grandiosa!» —The Leading Geeks Company
Recientemente, un familiar me preguntó cómo podía legalizar el estatus de su nueva esposa, que llegó a Estados Unidos con una visa turística.
El corazón me dio un vuelco.
Durante años, he dirigido campañas en favor de mujeres inmigrantes, intentando a lograr una reforma migratoria en los Estados Unidos que les provea a todos los inmigrantes, independientemente de cómo entraron al país, un camino a la ciudadanía estadounidense. En todos mis años como activista política he aprendido unas cuantas cosas sobre la condición humana; una de ellas que todos tenemos sentimientos y aspiraciones. Nos enamoramos, nos desenamoramos y tenemos el insaciable deseo de deambular y liberarnos de los límites. Por eso encarcelamos gente como castigo: ¿qué es peor para un ser humano que estar confinado todos los días en una celda de concreto y acero?
Sí existe una barrera contra el progreso y las políticas que nos aseguren a todos el derecho humano fundamental de romper los límites y movernos libremente, es el mito del excepcionalismo personal. Me explico. El excepcionalismo personal es la voz interna subconsciente que nos dice que somos mejores y más inusuales que los demás. Y como somos mejores e inusuales, merecemos una excepción a las reglas y leyes que creemos se deben aplicar a todo el resto. Algo que sucede, por ejemplo, con nuestra legislación migratoria.
Debido al aumento de los miedos y la xenofobia después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, el gobierno de George W. Bush creó el Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security o DHS). Al mismo tiempo, cerró el más benévolo Servicio de Inmigración y Naturalización (o INS, que muchos estadounidenses equivocadamente creen que todavía existe) y creó lo que al día de hoy es la fuerza de seguridad más grande de este país: la Immigration and Customs Enforcement o ICE. Para los que no entienden el inglés, en español la sigla ICE se traduce como “hielo”. Y, sin duda, es una agencia bien fría.
El ICE es tan grande que recibe más fondos que el FBI, la DEA, el Servicio Secreto, el U.S. Marshals Service y la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos combinados; y es opresivamente punitivo. El ICE es responsable de las redadas contra familias inmigrantes en todo el país, y deporta millones de personas cada año, muchos ellos cuidadores domiciliarios que abruptamente son forzados abandonar a quienes tienen a su cuidado, incluyendo a aterrorizados niños nacidos en Estados Unidos.
Al contrario de lo que creen y dicen los inmigrantes que llegaron al país hace muchos años, se acabó la época en la que un ciudadano estadounidense podía enamorarse de una mujer inmigrante, casarse con ella y que casi enseguida su esposa adquiriera casi todos los derechos y privilegios de una residente estadounidense, incluyendo un camino hacía la ciudadanía estadounidense. En un intento de eliminar el fraude en los «matrimonios por permiso trabajar» – que en sí misma es una afirmación en su mayoría falsa y sin pruebas– el gobierno de EE. UU. ahora requiere que los inmigrantes regresen por un año a sus países de origen y que apliquen a la residencia desde allí.
Los inmigrantes que son descubiertos sin los papeles correctos –como una visa turística o estudiantil vencida– puede ser deportados y su regreso a EE. UU. quedar prohibido por lo menos por cinco años. Aunque lo más probable es que les prohíban volver por mucho más tiempo, si se tiene en cuenta la acumulación de solicitudes.
No sorprende que esta gente, igual que mi familia, no pueda permitirse dejar sus empleos por un año ni desee vivir sin sus seres queridos ese tiempo. Por esta misma razón, muchas familias inmigrantes deciden quedarse en Estados Unidos, a menudo criando niños estadounidenses en hogares de estatus mixto, donde viven con la incertidumbre de la deportación y la separación familiar asomando sobre sus cabezas. Tristemente, muy a menudo, uno o ambos de los padres son deportados y los niños se quedan criándose solos. Esto le sucedió a la actriz Diane Guerrero, de la serie Orange is the New Black: cuando tenía 14 años, sus padres fueron deportados a Colombia.
«Tenía 14 años y volví de la escuela a una casa vacía. Parecía como si toda la actividad de la casa se hubiera congelada en el tiempo», le contó Guerrero a Google Arts & Culture. «La cena estaba encima de la estufa y el carro afuera, pero la casa estaba en total silencio. Pronto me enteré por una vecina de que mis padres habían sido detenidos por agentes migratorios. No tenía idea de qué hacer. Fue el peor día de mi vida y me di cuenta que todo iba a ser muy difícil. Sin embargo, mis padres me enseñaron ser resiliente e ingeniosa y yo sabía que iba luchar por mi lugar en el mundo».
Nuestros egos –esa voz interna que nos dice que somos una excepción a la regla– quizás digan lo mismo sobre los padres de Diane Guerrero, porque criaron a una exitosa artista de Hollywood. Pero la gran mayoría de inmigrantes en este país son igualitos a los padres de Guerrero: trabajan en silencio en empleos difíciles, mientras le inculcan una ética de trabajo igualmente fuerte a sus hijos. Hacen todo lo posible para mantener la cabeza fuera del agua. Darles a estos inmigrantes excepciones a las reglas no es ni eficiente ni justo.
El rumbo más humano y correcto sería cambiar las leyes, abolir el ICE e implementar un sistema para que todos puedan venir legalmente a EE. UU., trabajar o estudiar, y comenzar un camino hacia la ciudadanía. Pero primero tenemos que dejar a nuestros egos en la puerta.